jueves, 7 de enero de 2016

En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo



Cuando tengo oportunidad me gusta pasar a visitar al Señor del Gran Poder y sobre todo  en la mañana del 1 de Enero cuando al inicio del día los trinos de los pájaros y la campana del reloj de la Giralda se cruzan con aquellos que vuelven de una noche de celebración. Allí en la Plaza de San Lorenzo está quien no entiende de tiempos y que aguarda a quien le necesite. Estando sentado en la Basílica, me vine a fijar en la cruz basilical y tintinábulo y pensé: hay que ver que se hubo de poner Basílica de Jesús del Gran Poder omitiendo el “Nuestro Padre…” tan arraigado en nuestra forma de llamar al Señor, pues Roma entiende que no es correcto llamar al Hijo como si fuese el Padre. Enfrascado en este pensamiento volví a mirar al Señor en su camarín y me dije: es que representa al Hijo pero veo en él a la Trinidad completa. Con la benevolencia de los sres. teólogos intentare explicar mis pensamientos.

Jesús del Gran Poder es el Hijo del Padre eterno, que se hizo hombre por nosotros y cargado con el peso de la Cruz es ese Hombre que camina hacia el calvario. Es el Hombre fuerte que avanza con paso poderoso aun a pesar de estar sufriendo un durísimo castigo: traicionado por los suyos, abofeteado, flagelado y escarnecido y condenado al más vil de los tormentos y le vemos firme, sereno. Sobre su cabeza las potencias en número de tres: memoria, entendimiento y voluntad, potencias intelectivas del alma de las que depende la libertad necesaria para que al alma no sucumba ante la materia, para que el conocimiento supere a los instintos, para que el bien se imponga al mal. Cristo como verdadero hombre las tiene y por ser el Hijo de Dios las tiene en grado  máximo. Estas tres potencias (tres, el número de la Trinidad) quedaron convertidas en los verdaderos atributos de Jesucristo  en condición de Profeta, Sacerdote y Rey.

Jesús del Gran Poder fue engendrado a imagen y semejanza de los hombres y nació de Santa María del Mayor Dolor y Traspaso, pero sobre todo es de la misma naturaleza que el Padre. Por tanto, al estar ante su imagen  no podemos evitar ver en Jesús del Gran Poder  a Dios Padre Todopoderoso, Creador y Señor de todas las cosas a quien todas las criaturas bendigan siempre: sol y luna, lluvias y vientos, mares y ríos, fuegos y nieves, cetáceos y peces, fieras y ganados, hombres todos.  El Padre que libro a sus hijos de la esclavitud de Egipto y los condujo a una tierra nueva dándoles el maná del cielo que luego nos regaló a todos dándonos a comer a su Hijo en la Eucaristía. El Padre que nos libró de nuestros enemigos realizando la misericordia que tuvo con nuestros padres recordando su alianza y juramento con Abrahán para que libres de temor le sirvamos con santidad y justicia todos los días.

Y aquí decimos que Jesús del Gran Poder es quien cura los resfriados, que es decir que es quien nos concede todo aquello que le pedimos y esto lo hace a través del Espíritu Santo, el Señor y dador de vida que procede del Padre y del Hijo y es por quien actúa el Padre y el Hijo desde que este último ascendió a los Cielos, y por el cual sentimos al Padre y al Hijo siempre cercanos.

Cuando miro a Jesús del Gran Poder veo en su imagen a las Tres Personas de la Santísima Trinidad, y por eso el pueblo en su natural sabiduría de tradiciones heredadas de abuelos a padres a hijos y a nietos, le llama simplemente El Señor. Y la oración que nos enseñó para rezar al Padre, aquí se la dedicamos a Él: “Padre Nuestro…”
                                       

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